Confinados en la Naturaleza – Pura Vida

De camino a Costa Rica
De camino a Costa Rica !
28 marzo, 2020
Confinados en la naturaleza

Confinados en la Naturaleza – Pura Vida, Allí estábamos, moviéndonos suavemente arriba y abajo sobre las olas en un sereno día. Tres mochilas de viaje rojas con nuestra ropa y el equipo de supervivencia, varias bolsas de basura negras de tamaño mediano y una bolsa con cremallera llena de conchas en el regazo de Onna.

La temperatura es alta, aunque una suave brisa evita que sudemos. Algunas lágrimas caen silenciosamente por nuestras mejillas. Nos miramos con complicidad. No nos salen las palabras, aunque tampoco son necesarias. Estamos absortos por los pensamientos y las emociones que sentimos dentro de nosotros. Es como un torbellino de emociones, una mezcla de recuerdos y sentimientos vívidos. Cuando llegamos a la orilla, siento que estoy despertando de un hermoso sueño. Todas las cosas que hemos experimentado en los últimos 57 días de aislamiento parecen tan surrealistas que me cuesta creer que son verdad, confinados en la naturaleza – Pura Vida.

El 16 de marzo llegamos a San José, Costa Rica. Nuestra amiga Vero nos esperó en el aeropuerto y fuimos todos juntos a su apartamento en un coche de alquiler. En España, el Covid-19 ya se había extendido ampliamente  y mucha gente estaba confinada en su casa. En Costa Rica solamente se habían detectado 2 o 3 casos antes de nuestra llegada, pero esperábamos que los contagios por el virus crecieran rápidamente. Nuestra carrera, la Volcano Ultra Marathon había sido cancelada y sospechábamos que nuestras vidas también serían pronto restringidas, y esa fue la razón por la que decidimos viajar a Costa Rica a toda prisa, omitiendo nuestra visita a Perú. Si teníamos que hacer una parada, queríamos que fuera aquí, rodeados por la belleza de este exótico país. 

Nos quedamos una noche en el apartamento de Vero y luego nos dirigimos a un pequeño pueblo de pescadores llamado Golfito, situado en el sur de Costa Rica. Se encuentra cerca de Panamá, en el Océano Pacífico. Fue un viaje de seis horas, tomando la ruta alternativa por las cordilleras del Cerro de la Muerte. En Golfito conocimos a Albert, el amigo de Vero, y durante los siguientes tres días nos quedamos con él en la casa de sus padres. 

Mientras pensábamos y planeábamos que haríamos a continuación, él nos enseñó varios senderos por los alrededores del Golfo Dulce. 

Al principio, pensamos que podríamos establecernos un reto personal: de costa a costa, o de mar a mar, por ejemplo. Pero entonces sentimos que no era un buen momento para moverse y descartamos la idea. En su lugar, planeamos confinarnos en la naturaleza. Esto se convertiría en nuestro desafío. 

Compramos provisiones para sobrevivir durante al menos 21 días y fuimos a la busca de un lugar adecuado. Queríamos estar en la jungla, cerca del mar y completamente aislados de la civilización.. 

El 20 de marzo pasamos todo el día conduciendo, buscando, pero sin éxito. 

Al día siguiente subimos a un pequeño barco y buscamos por las playas del Golfo Dulce. En uno de los días anteriores, Albert nos había mostrado un camino por la selva bastante inaccesible que conducía a una playa, y queríamos encontrar un lugar adecuado para permanecer cerca de este camino. La playa a la que conducía el camino parecía desierta y se extendía como unos 2,5 km. 

Nos bajamos de la barca con nuestras provisiones, sartenes, dos pequeñas tiendas de campaña, algo de ropa, una cubierta de plástico, una cuerda, un cuchillo de cortar y un sedal. Nos despedimos de Julen, que regresó a Golfito para terminar de editar el segundo episodio de Rolling Mountains, antes de comenzar a montar las tiendas. Una semana y media después, Julen se uniría nuevamente a nosotros dando por hecho que el virus no había llegado todavía a Golfito.

El clima en Costa Rica es tropical, y es especialmente húmedo en el sur. En el lugar que habíamos decidido establecernos, la temperatura más baja por la noche eran 26 grados y de día, la más alta eran 36 grados centígrados, con una humedad superior al 90%, lo cual es normal en esta época del año. Por las tardes solía llover un rato. Siendo plenamente conscientes de ello, sabíamos que teníamos que construir una cubierta para nuestras finas tiendas de campaña y para un rincón donde sentarnos y encender nuestros fuegos para cocinar. 

Nuestro primer techo lo construimos con bambúes atados con pedazos de la cuerda que habíamos traído. Hicimos una cubierta para esta construcción tejiendo grandes hojas de palma en la parte superior. En la parte de arriba colocamos la cubierta de plástico y otra vez algunas hojas de palma para aguantar la cubierta en su sitio. Más tarde, reforzamos la parte superior con una cantidad triple de bambú y solamente utilizamos la cubierta de plástico para cubrirla, esta vez sin tejer hojas de palma. 

Fuimos a buscar algunas ramas más grandes para sentarnos e hicimos una “área de descanso” alrededor del lugar donde encenderíamos nuestros fuegos. Además, recogimos palos de leña secos de la playa pedregosa para nuestro fuego de la tarde. El sol quema con fuerza sobre estas piedras, y al mediodía, toda la madera flotante que trae el mar durante la marea alta está completamente seca y es fácil de quemar. Fui a buscar dos piedras grandes y construí una cocina con un pedazo de chatarra de hierro que el mar había traído. También encontré una rejilla, que era ideal para cubrir la estructura de hierro. Ahora, estábamos listos para cocinar nuestra primera comida. 

Los siguientes días los empleamos en adaptarnos y en aprender sobre nuestro nuevo entorno de vida. Tuvimos que establecer una nueva rutina, y descubrimos que lo más fácil era vivir desde el amanecer hasta el anochecer y de marea a marea. 

Nuestros días comenzaban a las 05.15h, cuando ya había suficiente luz como para moverse sin frontales. A las 18.00h oscurecía y era hora de entrar en las tiendas. Sin la luz del día, las posibilidades de ser mordido por una serpiente eran mucho mayores y, además, había tantos insectos que no era nada fácil relajarse sentándote fuera. La mejor manera de dejar de sudar por la noche era refrescando nuestros cuerpos con agua durante unos minutos, hasta que la temperatura corporal bajaba un poco. Sobre las 18.30 – 19.00h generalmente ya nos habíamos dormido. 

En los primeros días tuvimos que adaptarnos a nuestro nuevo limitado entorno. Estar obligados a permanecer en un lugar sin movernos me provocaba un sentimiento extraño. Sin embargo, nuestro estilo de vida nómada ocupaba mucho tiempo y nuestros días pronto se llenaron de tareas rutinarias. 

En los días típicos teníamos que completar varias tareas básicas. La primera era encender un fuego para nuestro café mañanero. Pere no toma café por las mañanas, pero Julen y yo necesitamos sin duda una gran taza de café negro para despertarnos bien y empezar el día! En realidad no tenía tazas grandes, así que utilizaba la pequeña taza de nuestro termo y tomaba varias tazas de café. 

Normalmente, soy la primera en despertarse. Me encanta escuchar la música de la selva cuando la noche se funde con el día. Todas las mañanas, cuando empezaba a clarear, los monos aulladores se despedían de la noche mediante la ruidosa cacofonía de sus rugidos. Después, mientras los primeros rayos de sol daban la bienvenida al día, se retiraban lentamente, junto con la oscuridad de la noche. ¡Sus aullidos se pueden escuchar desde una distancia de hasta 3 millas, así que puedes imaginar lo alto que se escuchan cuando están justo al lado de tu tienda!

Cuando la luz del día llega, una gran variedad de pájaros comienza a trinar alegremente y, de entre todos los demás pájaros e insectos, los colibríes son los primeros en tomar el néctar producido por las abundantes y coloridas flores exóticas. Todos los días, mientras calentaba el agua, veía un montón de pájaros bonitos y escuchaba sus cantos. Cada vez, el aire se llena de todo tipo de insectos que zumban y chisporrotean por el aire. A veces observaba a los últimos mapaches regresar a sus agujeros y a los sapos brincando de vuelta a sus escondites. Especialmente en las mañanas luminosas y soleadas, los loros, o “lapas”, cantaban su mejor versión de sus sonidos favoritos. Había muchos de ellos viviendo en los árboles del borde de la jungla, y pronto descubrimos que sus graznidos y gorjeos eran su manera de expresar su felicidad. 

Mientras observaba y vivía todas estas hermosas cosas, a veces me costaba encender el fuego. Como he mencionado antes, había mucha humedad y la madera estaba húmeda por la mañana, por lo que no se quemaba fácilmente. Los primeros días logré encender el fuego con pedazos de papel higiénico y trozos de madera muy fina. Más tarde descubrimos que las fibras naturales de las vainas de la palma de coco se encendían y quemaban sin dificultades, así que empezamos a utilizarlas. 

Cuando el agua estaba caliente, preparábamos el café en nuestros kits de viaje y desayunábamos.

Después del desayuno era hora de pescar, entrenar y grabar. Pere se hizo cargo de la tarea de pescar. Descubrimos que el mejor momento para pescar dependía de la marea. Más o menos, durante la marea alta era más productivo pescar desde la orilla. Muchos peces pequeños están desorientados por las corrientes y se desplazan hacia las aguas poco profundas. Esto significa que los peces un poco más grandes llegan para cazarlos más cerca de las costas y, por lo tanto, a nosotros se nos hacía más fácil atraparlos. 

Tuvimos que organizar nuestro tiempo de acuerdo con nuestras prioridades de supervivencia. Entonces, si la marea estaba alta durante la madrugada, pescábamos en lugar de entrenar, aunque entre las 18 y las 20h era el período más fresco para entrenar (solamente había 26-29ºC). 

Otra buena forma de pescar era desde un kayak. Teníamos la suerte de tener uno disponible, y así pudimos llegar a algunos de los lugares por donde los peces de tamaño mediano solían pasar el día. La mejor manera de cazarlos era acercarse y hacer un sprint enfrente de ellos. La táctica de Pere era atar el sedal a su sandalia y cuando sentía que un pez mordía el cebo, paraba de correr y rápidamente recogía el sedal. Los peces que capturó fueron principalmente bonitos, jurel amarillo, barracuda y ojones. Ya comiéramos pescado a la hora de la comida o en la cena, era necesario asarlos en un par de horas, porque de lo contrario se hacían malos. Recordad que no teníamos electricidad, por lo que la falta de refrigeración y las condiciones climáticas en las que vivíamos provocaban una rápida descomposición de la mayoría de los alimentos en muy poco tiempo. Cualquier alimento que quisiésemos conservar, teníamos que recalentarlo cada 5-6 horas. Solo el arroz blanco se conservaba más tiempo. 

En el primer mes de confinamiento, las mañanas eran bastante soleadas y, por lo tanto, era conveniente cargar nuestros teléfonos móviles, los relojes GPS y los frontales  con nuestro panel solar de viaje. Teníamos que cargar nuestros móviles casi todos los días, pero la batería de nuestros relojes (Garmin’s Fenix Sapphire) y nuestros frontales (Fenix) duraba afortunadamente dos semanas o más. 

La siguiente tarea importante era recoger leña. El mejor momento para hacerlo era desde las 11.00 hasta las 13.00h. Incluso si no había llovido por la noche, toda la madera estaba húmeda por la mañana a causa de los altos niveles de humedad del aire. Sobre las 11.00h, la mayor parte de la madera que se encontraba en zonas abiertas se habría secado a causa del fuerte sol y entonces era hora de recoger algunos palos para encender fuegos para la comida, la cena y el desayuno de la mañana siguiente. Era cuestión de mirar el cielo para saber dónde obtener la leña más seca. Una manera prudente era recoger suficiente madera sobre las once (justo antes de preparar el almuerzo). Pero en días nublados y sombríos era mucho mejor esperar hasta el último momento para recoger la madera más seca. Sin embargo, era un riesgo esperar, ya que la lluvia llega muy repentinamente a Costa Rica. Un un minuto o dos de viento indican que está a punto de llover, y cuando el viento empieza a soplar constantemente, puedes estar casi seguro de que es demasiado tarde para ir a buscar madera seca. 

En un día normal, intentábamos preparar un plato caliente para la comida a las 12.00h. Julen o yo solíamos encargarnos de esta tarea. Teníamos la opción de hervir arroz, pasta o quinoa, y la mayoría de las veces preferíamos arroz. Luego asábamos el pescado y calentábamos un poco de agua para un café. Si no teníamos pescado, comíamos huevos, habichuelas negras o atún para obtener nuestra dosis diaria de proteína. 

Pere solía echarse una siesta por las tardes y yo limpiaba, lavaba la ropa, jugaba con Onna o me relajaba un rato. Por las tardes también teníamos tiempo para entrenar (correr, core,  prevención de lesiones, fuerza), jugar (Onna) y grabar. Después llegaba el momento de volver a encender el fuego para preparar la cena y bañarnos por última vez antes de entrar a nuestras tiendas. 

¡Pronto nos acostumbramos a nuestro estilo de vida nómada y aprendimos a amarlo! Nuestro primer campamento fue el más básico. Encendimos fuegos en el suelo y nos sentamos o en el suelo o en algunas ramas incómodas. Nuestras tiendas de campaña estaban estaban al lado de la playa, y el ruido de las olas se escuchaba muy fuerte. Además, era difícil mantener nuestra tienda libre de insectos y mantenerse a salvo de las hormigas guerreras, carnívoras. Estas hormigas son criaturas inquietas que constantemente realizan “ultra-trails” a través de la jungla. Matarán y comerán, o se llevarán a casa cualquier insecto o pequeño animal que sea lo suficientemente desafortunado como para meterse en su camino. Cuando pasa un enjambre de hormigas guerreras, se puede observar a todo tipo de insectos o pequeños animales huyendo, y si no tienes cuidado, te pueden morder a ti también. ¡Ouch! ¡Duele mucho! 

Cogíamos agua potable de la playa o subíamos a la jungla para cogerla de los arroyos. Golfo Dulce no se llama “Golfo Dulce” por ningún motivo. Hay muchas corrientes subterráneas que salen a la superfície en varios sitios. Durante la marea baja, el agua potable desciende en pequeños arroyos desde la mitad de la playa hasta el mar. Puedes arrodillarte y beber directamente de los pequeños arroyos. ¡Es un fenómeno increíble y fantástico!

Algunos días después de nuestra llegada contactamos con Don Agustín, un indígena que vivía de manera muy humilde, completamente en armonía con la naturaleza. Él se ocupaba de una parcela de tierra que era propiedad de unos biólogos estadounidenses. Nuestro primer contacto real con él fue cuando se nos acercó con unas deliciosas papayas de los árboles de alrededor de su cobertizo. No habló mucho, pero sentimos su amistad y estábamos muy agradecidos por su buena vecindad. Otro día nos dio plátanos, y algunos días más tarde abrió unos cocos verdes con su machete para que pudiéramos beber el agua fresca de coco. 

También nos indicó un lugar que tenía un baño básico y suministro de agua, donde podíamos lavar los platos, la ropa y a nosotros mismos. 

El primer mes lo pasamos viviendo de esta precaria manera, con poco contacto con las personas.

Descubrimos que había más personas viviendo cerca de la playa. A veces veíamos a gente pescando o andando a lo largo de la costa. Calculamos que había unas 6 o 7 familias o parejas en total. Poco a poco, fuimos relajando nuestro estado de distanciamiento social y contactamos con una familia que tenía un bebé y una hija de ocho años llamada Kristtel. Onna y Kristtel se llevaron bien y se hicieron muy buenas amigas.  

Más tarde, el gobierno de Costa Rica impuso más restricciones para evitar la propagación del altamente contagioso coronavirus. La medida sanitaria que nos afectó directamente fue la orden obligatoria en todo el país de cerrar el acceso a todas las playas costarricenses. El sentido común nos decía que no hacíamos ningún daño pescando o corriendo en nuestra playa desierta e inaccesible, y viviendo de los 150 m de tierra al lado del mar, que se define como playa. No obstante, nos mudamos un poco más adentro de la jungla, al lugar donde nos habíamos estado lavando. Esto se convirtió en nuestro segundo campamento.  

Una anécdota divertida que me gustaría mencionar es que unos días después de que se implantasen las nuevas restricciones y nos hubiéramos adentrado más en la jungla, aparecimos en las noticias de la televisión española en relación a nuestro particular confinamiento parecido al del libro El Robinson Suizo. El fragmento de la noticia mostraba imágenes nuestras mientras bebíamos agua directamente de la playa y de nuestro primer campamento cerca de la playa que temporalmente está prohibida ahora. Uno de los canales españoles en los que se transmitió se veía también en Costa Rica y, por lo tanto, esas imágenes nuestras en la  playa provocaron cierta confusión en los medios costarricenses. El fragmento de la noticia fue cogido por los periodistas sensacionalistas y se emitió una versión editada que nos describía como una especie de personas extraviadas que no estaban cumpliendo con las medidas restrictivas. Esto alarmó al gobierno costarricense y enviaron a los guardacostas con la orden de llevarnos a la embajada en San José. Les explicamos nuestra historia y les enseñamos nuestro campamento. Afortunadamente, entendieron completamente nuestra situación y se fueron sin hacernos abandonar nuestro sitio de aislamiento. 

Nuestro segundo campamento era un lugar aterrador y poco atractivo a primera vista. Era una gran casa de madera, construida como una casa del árbol, con una entrada abierta y ventanas abiertas. Nadie había vivido en ella durante años y parecía vieja. La planta baja tenía una base de hormigón y arriba había dos dormitorios con una sala de estar abierta, una área de cocina y el viejo baño descuidado que habíamos estado usando. La casa estaba ocupada por una colonia de murciélagos, que estaban colgados principalmente en las áreas de los dormitorios durante el día … cómicamente.

Al anochecer, los murciélagos se despertaban y volaban rápida y caóticamente por toda la casa. Colocamos las tiendas de campaña en el suelo de hormigón, porque sentíamos que la casa era propiedad de los murciélagos y que solo estábamos allí como invitados. No queríamos molestarlos. De hecho, evitábamos subir las escaleras ya que la combinación de la apariencia de chabola y los murciélagos dando vueltas creaba una atmósfera fantasmal, que nos hizo sentir incómodos. 

Preferíamos tratar con las arañas, hormigas, mosquitos, moscas que pican… que estaban abajo. 

Sin embargo, pronto nos acostumbramos a los murciélagos voladores que salían al anochecer e incluso a sus hábitos alimenticios nocturnos junto con los sonidos que los acompañan. Por la noche, los murciélagos vegetarianos que se alimentaban a base de frutas llevaban algún tipo de nueces al piso superior, donde se comían la parte comestible. Luego dejaban caer el resto, haciendo un fuerte ruido en el suelo de madera. Al principio eso nos asustaba, luego solo nos despertaba y finalmente nuestros oídos podían ignorar el sonido y continuábamos durmiendo. 

Desde nuestro punto de vista, en este segundo campamento tuvimos una estancia relativamente lujosa. Teníamos una vieja mesa de madera y taburetes para sentarnos. Esto marcó una gran diferencia en comparación con sentarse en el suelo. Además, unos días después de instalarnos aquí, Don Agustín nos trajo la carcasa metálica de una  cocina. Gracias a esto, podíamos encender el fuego estando de pie, en vez de arrodillándonos en el suelo. 

En este campamento, el sonido de las olas era más suave, pero los conciertos nocturnos de los sapos eran mucho más fuertes. De hecho, algunos sapos vivían en nuestro edificio, así que su gutural y profundo croar sonaba muy cerca. 

Costa Rica es un país de gran biodiversidad. Aproximadamente el 34% del país consiste en territorio protegido dedicado a la conservación. Estábamos ubicados cerca del parque nacional de Piedras Blancas, que tiene una gran variedad de fauna. Don Agustín nos dijo que una vez vió a un puma pasar por su terreno. Le creímos, pero pensamos que era una experiencia única en la vida ver a un puma, ya que son animales muy tímidos que generalmente no se muestran a las personas. No esperábamos ver uno durante nuestra estancia. Sin embargo, hacia el final de nuestro confinamiento, ¡sucedió! Pere tuvo un bonito encuentro cara a cara con un puma. Lo vio durante nuestro desafío personal, un recorrido de doce horas y media por la jungla sobre el que escribiré más adelante. Se encontraron a primera hora de la tarde cuando Pere estaba ascendiendo por el camino. El elegante animal estaba parado en el camino y por un momento se miraron. Entonces Pere hizo un ruido y le dijo al puma en voz alta “¡¡atácame si quieres!!”. Él había estado corriendo desde el amanecer a las 6.17h y estaba cansado. Su mente debía estar desesperada por encontrar una manera de dejar de correr y sufrir…

Uno de los otros impresionantes animales que vimos fue el caimán. Poco después de nuestra llegada descubrimos que vivían justo a nuestro lado, a una distancia de 200 m. Su hábitat eran algunos pequeños lagos de agua dulce parcialmente escondidos en el bosque. Había caimanes adultos más grandes y algunos más pequeños. Solían acechar debajo de la superfície del agua o se hacían invisibles al ojo humano en las zonas fangosas al lado del agua. Al principio nos asustaba vivir cerca de los caimanes, pero Don Agustín nos dijo que no representaban un peligro directo para nosotros, a menos que entrásemos al agua. Me encantaba mirarlos e íbamos regularmente a observarlos, principalmente en posición “congelada”. Los lagos también eran el hábitat de las grandes tortugas de barro. A veces se alejaban de los lagos y dos veces vimos a una que cruzaba lentamente frente a nuestro campamento. 

También había cuatro tipos de monos en nuestro entorno. Los monos aulladores, los monos capuchinos cariblancos, los monos araña y los monos ardilla. Era encantador y fascinante verlos moverse astutamente de rama en rama en lo alto de los árboles. Los monos también tenían crías. Las madres las cargaban en su espalda sin perder su agilidad. 

Aparte de los guacamayos escarlata y los colibríes, había una gran cantidad de aves exóticas. Todas ellas eran hermosas y únicas a su manera. Quizás el que más me impresionó fue un pájaro negro con una gran mancha roja fluorescente a ambos lados del pecho. El rojo es mi color favorito y he visto muchas variedades de él, pero sinceramente, ¡no sabía que un tono tan brillante de rojo pudiera existir!

Además, estábamos rodeados de todo tipo de iguanas, lagartos, mariposas, ranas y otros pequeños animales. Los más destacables eran las ranas de color verde brillante que vimos principalmente en una posición inmóvil, moviéndose con el viento sobre una hoja verde; los lagartos de color arcoíris, y por supuesto las grandes mariposas morpho azules!

Durante nuestras sesiones de entrenamiento vimos muchos agutíes, pavos salvajes, ardillas y, en varias ocasiones, pecaríes, mapaches, coatíes de nariz blanca y tucanes. También vimos varios tipos de serpientes, de muchas de las cuales no sé el nombre. Mientras corro, siempre voy atenta y observadora por si encuentro una serpiente en el camino. Me gusta verlas, pero no quiero pisarlas, especialmente si es una serpiente venenosa. 

Tuve la suerte de encontrarme con una enorme serpiente come-pájaros neotropicales. Es una de las serpientes más grandes que uno puede encontrar en Costa Rica. Otro día, Pere y yo seguimos a una larga y elegante serpiente cerca del agua. Se movía hermosamente y pudimos grabarla con nuestra GoPro. Tal vez alguien la reconozca en el próximo episodio de Rolling Mountains

En cuanto a Onna, le enseñamos a ser muy cuidadosa con las serpientes y a no ir nunca a ningún sitio ella sola. Después del atardecer siempre nos íbamos a la “cama” (dormíamos en unas delgadas esterillas de yoga), así que las posibilidades de que Onna se encontrase una serpiente eran relativamente bajas. 

Una vez vi a un oso hormiguero, un encuentro asombroso que dio como resultado que entendiese algunas cosas. En español este animal se llama “oso hormiguero”, que significa “oso comedor de hormigas”. Siempre me había preguntado por qué este animal era conocido como un oso, pero cuando lo vi caminar me quedó completamente claro. ¡Este animal se mueve exactamente como un oso!

Puede que las mejores experiencias con animales fueran las ocasiones en que un grupo de delfines nadaba cerca de la orilla y podíamos verlos moverse con gracia en el agua. Una vez, salimos al mar en el kayak con Onna para verlos de cerca. ¡Fue una experiencia inmensa y absolutamente espectacular!

Ahora que vivíamos más cerca de Don Agustín, lo veíamos más a menudo y teníamos un poco de contacto con su esposa. Algunos días, su nieta de cinco años, Verena, estaba allí también, lo que le dio a Onna otra amiga para jugar. Don Agustín y Pere compartieron muchos momentos agradables de pesca juntos, que hicieron más profundo el sentido de la amistad real e incondicional que sentíamos por él. En una ocasión, lo invitamos a cenar y compartimos una agradable velada juntos en el suelo de hormigón debajo de la casa de madera. 

Mientras tanto, la amistad de Onna y Kristtel se había consolidado y las chicas querían jugar juntas todo el rato. Teníamos que vigilar de cerca a las chicas (en caso de que se cayeran de un árbol, fueran mordidas por una serpiente o picadas por un insecto…) mientras pasábamos el rato con los padres de Kristtel, Olman y Yorlenny, que nos enseñaron mucho sobre plantas comestibles y comportamiento animal. Un día nos invitaron a comer en su hermosa casita. Nos prepararon una maravillosa y deliciosa comida que consistía en “ceviche de plátano” como entrante, una variedad de verduras frescas y un arroz vegetal de pollo como plato principal, y un elaborado postre de piña con dulce de leche para concluir. Eran todos platos típicos de Costa Rica. Nosotros queríamos darles una muestra de la cocina española también, así que unos días después les invitamos a comer tortilla española con el tradicional “pa amb tomàquet” catalán. 

Cuando estábamos tostando el pan, nos dimos cuenta de que no teníamos platos para servir la comida. De hecho, solamente teníamos tres platos pequeños para comer… Olman nos dio una solución perfecta. Desapareció con su machete y un minuto después volvió con unas hojas de plátano. Las cortó del tamaño adecuado y las esterilizó manteniéndolas cerca del fuego por un momento. Podían servirnos perfectamente como platos naturales y decorativos. 

Había varias frutas, plantas y hierbas que podíamos usar en nuestra cocina. Uno podía encontrar un montón de coloridas flores comestibles de sabor dulce, hojas verdes, cilantro silvestre, papayas, mangos, manzanas de agua o malayas, aguacates, piñas, diferentes tipos de plátanos y muchos cocos!  

Pronto descubrimos cómo romper el exocarpio, la capa más externa del coco, de forma natural y fácil, y arrancar la cáscara fibrosa. Luego, era cuestión de golpear el endocarpio con una piedra en la parte más débil. El coco se rompía en dos mitades y podíamos beber el agua de coco y/o comer la pulpa de coco. A veces, cuando el coco está maduro, hay una masa dulce, nutritiva y esponjosa en el medio, llamada manzana de coco. ¡Se puede comer cruda y es absolutamente deliciosa!  

Onna.

Cuando decidimos confinarnos en la naturaleza, no nos preocupaba en absoluto el efecto educativo que podría tener en nuestra hija de cinco años, Onna. Siempre hemos intentado que experiencie y explore su entorno natural pasando el rato jugando libremente con elementos naturales como arena, barro, palos, conchas, insectos, cangrejos, o que escale, salte, se mantenga en equilibrio o corra por las rocas, en un bosque, en un glaciar, campo, duna…

La naturaleza es un entorno diverso y ofrece a los niños una gran variedad de oportunidades para conectar con ella y para jugar a juegos creativos y espontáneos. 

De hecho, hay estudios que muestran que hay numerosos beneficios por estar fuera. Estos incluyen el desarrollo de los músculos, el aprendizaje a través de la observación, experimentación, reflexión, el juego espontáneo, etc. Los niños que pasan tiempo en la naturaleza tienden a lograr una mejor salud física y emocional y más confianza en sí mismos. Los obstáculos y límites naturales dan a los niños (¡y a nosotros!) acceso al riesgo y hacen que fuercen sus límites físicos, que tomen la iniciativa y que desarrollen habilidades para la resolución de problemas. 

Pere y yo siempre hemos elegido llevarnos a Onna a cualquiera de los lugares del mundo a los que viajásemos. Queríamos crear y fortalecer un vínculo familiar basado en el amor. La unión y la naturaleza parecen ser una excelente combinación para apreciar nuestro vínculo familiar.

Cuando comenzamos nuestro período de aislamiento, no creímos que Onna tendría otros niños a su alrededor para jugar. No queríamos restringirla a un mundo adulto, así que pensamos que estaría bien enseñarle a leer y escribir. Leer libros fáciles o crear pequeñas historias le daría una buena manera de sumergirse en su propio mundo de fantasía infantil. 

Los primeros días, Onna estaba molesta e irritada por la gran variedad de insectos. Tenía miedo de las hormigas y se asustaba por las grandes arañas y avispas. Además, los cangrejos no eran de su agrado. Sin embargo, después de algunos días empezó a tolerarlos y comenzó a tocar a los cangrejos o a dejar que las hormigas pequeñas caminaran sobre sus brazos para experimentar la sensación de picor que causan. 

Durante las primeras semanas la observé mientras jugaba e intenté enseñarle las letras y los sonidos. También le enseñé a cantar nuevas canciones holandesas, que le gustaron mucho y le dieron confianza.

El día que llegamos, mientras construíamos nuestro techo con bambú y cuerda, ella construyó un cocodrilo con un trozo de bambú. Nos ordenó que le hiciésemos una correa con la cuerda y se fue a pasear con él. Desde entonces, casi siempre caminaba arrastrando a su cocodrilo Coco, y acabamos construyéndole varios cocodrilos de diferentes tamaños para que jugara con ellos. 

Después, conocimos a una niña de ocho años, Kristtel. Cuando la conocimos, supe inmediatamente que a las chicas les encantaría jugar juntas. En vez de quedarse con nosotros, Kristtel se escapó y se subió a un árbol. Desde allí gritó en español: “¡Grrrrrr, soy un puma!”.

Su casa y nuestro campamento estaban solo a 500 m de distancia, así que empezamos a visitar a Kristtel casi todos los días para que las niñas jugasen. Jugaban a muchos juegos imaginarios, corriendo rápido y trepando por los árboles, se preparaban ensaladas naturales con todo tipo de hojas comestibles, semillas y flores, creaban pequeñas piezas de arte con objetos naturales o jugaban con pequeñas criaturas como arañas, bichos, cangrejos, hormigas, lagartos, 

Kristtel es una chica valiente, enérgica, generosa y segura de sí misma. Fue muy amable y cariñosa con Onna. Había vivido en la jungla durante mucho tiempo y era muy hábil en términos de supervivencia natural. Era como Tarzán en la selva. Por si te lo preguntabas, ella acababa de empezar a vivir con su tío y su tía para poder ir al colegio. Sin embargo, debido al Covid-19, los colegios habían cerrado y un mes después de haber dejado a sus padres había tenido que volver a la jungla con ellos y con su hermana pequeña. Ahora estaba siendo educada en casa.

Onna y Kristtel se lo pasaron muy bien juntas. Establecieron una profunda amistad, que puede durar para siempre. 

Personalmente, tengo que admitir que ella se convirtió en alguien muy querido, y la llevo en mi corazón también. 

Verena, la nieta de Don Agustín, era otra compañera de juegos para Onna. Los juegos a los que jugaban eran muy diferentes a los que jugaban Kristtel y Onna. Mientras que Kristtel le enseñaba a Onna la jungla, los juegos de Verena eran más domésticos. Sobretodo jugaban a pretender ser mamás. 

Estoy convencida de que la experiencia ha sido uno de los mayores aprendizajes que le hemos podido ofrecer. Ahora que hemos seguido adelante, me doy cuenta de la forma en que la ha moldeado, ojalá para siempre. 

Entrenamiento. 

Nuestro entrenamiento ha sido un gran placer durante nuestro viaje. Siempre nos hemos desplazado dependiendo de nuestras necesidades para entrenar o para completar un meta personal. Cuando llegamos a Costa Rica y nos instalamos en nuestro lugar de aislamiento, supimos con seguridad que tendríamos el técnico camino de la selva para entrenar. Consideramos que podíamos hacer las sesiones de entrenamiento en llano y rápidas en la pedregosa playa cuando la marea estuviese baja, y cuando exploramos el área, descubrimos también un sendero llano y poco cuidado de aproximadamente 1 km que estaba justo detrás de las palmeras que separaban la playa de la selva. Éramos muy conscientes de que muchas personas de todo el mundo estaban encerradas entre cuatro paredes en sus casas y aunque esperábamos que la vida tampoco fuera fácil para nosotros, nos sentíamos afortunados de poder correr al aire libre en la naturaleza. 

Hablamos con nuestro entrenador, Rafa, y adaptamos nuestro plan de entrenamiento a las circunstancias. Las cosas que tuvimos que tener en cuenta principalmente fueron nuestra salud y la elevada humedad. Decidimos que era más efectivo reducir el volumen de las sesiones de entrenamiento en general, ya que era mucho más agotador correr en este clima húmedo. La mayoría de las carreras tenían una duración de entre 45 minutos a 1 hora y 15 minutos.  Además, cuando hacíamos entrenamientos de series, el tiempo de recuperación entre series era mayor y hacíamos menos repeticiones. 

Teníamos un terreno plano y montañoso con una empinada subida de 400 m de desnivel , pero nos dimos cuenta de que era todo terreno técnico. No teníamos ningún circuito fácil para poder correr rápido. La playa era muy pedregosa e irregular, debido a los arroyos de agua dulce que daban a la playa una superficie muy ondulada. El sendero de detrás de las palmeras era llano pero tendía a ir ligeramente hacia arriba y hacia abajo constantemente, trazando suaves curvas en zig-zag entre los árboles. El camino de la jungla era empinado, resbaladizo y técnico, con muchas raíces, ramas sueltas y obstáculos naturales como árboles caídos o ramas bajas colgantes. Además, la atmósfera era incluso más sofocante en la jungla. 

Para mí supuso un reto, pero decidí aprovecharlo al máximo y trabajar en mis habilidades técnicas. También empecé a entrenar regularmente con mis bastones Lekis para enseñarme a utilizarlos de manera correcta y para beneficiarme de correr con bastones en futuras carreras.  

Combinamos las sesiones de carrera con core y entrenamiento funcional, e hicimos ejercicios específicos para mejorar nuestra técnica de carrera. Podíamos utilizar el mar y la playa para esto también, realizando ejercicios en el agua o en los diferentes tipos de arena de la playa (pedregosa, suelta, dura). 

Corriendo a por la comida.

Más o menos tres semanas después de instalarnos en nuestro campamento, nuestras provisiones empezaron a escasear. Tuvimos que pensar en una manera para conseguir alimentos básicos como arroz, espaguetis, salsa de tomate, mermelada, etc. a prueba de Covid-19. 

Contactamos con Albert, que vive en Golfito, y le preguntamos si podía ayudarnos yendo al supermercado por nosotros y llevándonos la compra al camino de grava que lleva a Golfito. En Golfito no había ningún caso registrado de coronavirus, pero él entendió que no quisiéramos dejar la jungla y accedió a ayudarnos. Iríamos corriendo por el camino de la jungla hasta llegar a otro sendero que se cruza con el camino de grava donde nos encontraríamos con Albert.

Empezamos a hacer recorridos semanales por la jungla para conseguir provisiones. Era una carrera larga, de unos 22 km por senderos técnicos casi inaccesibles. Puedo entender por qué nadie se atreve a ir por estos caminos para llegar a la playa semidesierta. Y viceversa, nadie de la playa utilizaba nunca estos senderos para llegar a Golfito, con la excepción de Don Agustín, que a veces caminaba hasta el pueblo y luego tomaba un barco de vuelta. 

De todas formas, era un bonito recorrido con varios cruces de arroyos y oportunidades de ver la fauna de Costa Rica. Siempre íbamos juntos en nuestras carreras por la comida. Onna se quedaba con Julen o con Yorlenny, la madre de Kristtel. 

Salir era la parte más atlética y agradable, y con la excepción de algunos snacks y algunos botellas de hidratación, nuestras mochilas iban vacías. A la vuelta llevábamos una carga pesada. Las latas de conserva eran especialmente incómodas de llevar y muy pesadas.

Cuando nos encontramos con Albert, respetamos las medidas de distanciamiento social y desinfectamos todos los alimentos. Antes de regresar corriendo, nos tomamos un yogur frío, que era un ritual que esperábamos durante toda la semana. También llevamos algunos yogures a nuestro campamento, pero al llegar ya no estaban fríos y por lo tanto estaban solamente la mitad de sabrosos. 

Después de algunas semanas, decidimos hacer las compras nosotros mismos. No había ningún caso de Covid-19 en el pueblo y queríamos ser más independientes y ver algunos productos nuevos. Uno de los nuevos productos que compramos fueron frijoles molidos, por ejemplo. 

Ir hasta el supermercado significaba que teníamos que correr una distancia de 34 km con 1600 m de desnivel. Especialmente en el camino de vuelta, estas largas carreras se hacían duras y a menudo se convertían en verdaderos entrenamientos mentales tratando de mantener nuestras mentes positivas y controlar el mal humor, la irritabilidad, la debilidad física, etc. Para mí, lo más difícil era el calor. A veces, mi cuerpo se recalentaba tanto que yo ya no podía ni pensar con claridad. 

En cualquier caso, nos ENCANTAN los retos, así que durante estas largas carreras, tuvimos la idea de marcarnos un desafío personal!

Queríamos ser respetuosos con las personas que estaban confinadas en sus casas, así que decidimos hacer nuestro desafío en un espacio limitado. Queríamos también que abarcase y reflejase nuestras condiciones actuales y nuestro estilo de vida, así que acordamos que deberíamos correr todo el día, desde el amanecer hasta el atardecer. Nos gustaba la idea de empezar lo más bajo posible y subir tan alto como pudiésemos, ya que es una característica clave del skyrunning. 

Así que la fórmula estaba clara. Correríamos durante 12 horas y 27 minutos, desde las 5.17h hasta las 17.43h, empezando al lado del mar y corriendo por el camino de la jungla hasta alcanzar su punto más alto, volver a bajar hasta llegar al mar, y volver a subir. El desafío consistía en hacer tantas subidas y bajadas como fuera posible dentro del tiempo permitido. 

La distancia de un bloque era de aproximadamente 4,6 km y tenía 410 m de desnivel positivo y 410 m de desnivel negativo. 

Pere eligió ser el primero en realizar el desafío, el cual llamamos de Sol a Sol. Él lo corrió el 2 de mayo y yo lo corrí dos días después, el lunes 4. 

¡Resultó ser uno de los retos más duros que hemos hecho nunca! ¡Pere logró hacer 15 subidas y bajadas! Creo que es un resultado genial que sería difícil de superar. Creo que muestra claramente lo bien que se había adaptado tanto en lo físico como en lo mental a las condiciones de calor y humedad y al terreno. El sub desafío de Pere era controlar bien los aspectos de la comida y la bebida. Esto a menudo es un problema cuando él corre y el desafío era una ocasión ideal para practicar diferentes estrategias. Cuando acabó, dijo que tal vez nos habíamos pasado un poco creando un desafío tan duro. Podríamos haber hecho algo más fácil de conseguir… De todas formas, puede que estuviera agotado, pero también estaba contento y satisfecho. 

Yo conseguí hacer 13.5 subidas y bajadas, que supongo que es un resultado similar al de Pere. Para mí, los aspectos más difíciles fueron la tecnicidad y la pendiente del camino, además del calor agotador. Los cuádriceps me dolían por la tarde, lo que noté especialmente en las bajadas. El sudor me causaba llagas por el roce y en varias ocasiones necesité saltar al mar para refrescarme. ¡Pero me gusta superarme a mí misma y creo que no podría haber encontrado una manera más difícil de hacerlo!

Una semana después de cumplir nuestro desafío, dejamos nuestro lugar de aislamiento. Por entonces, las restricciones se habían relajado y algunos de los parques nacionales se habían abierto al 50% de su capacidad. Queríamos explorar algunos volcanes y concluir nuestra aventura en América Central, aunque nuestro viaje continuaba en Costa Rica. Sergio, al que conocimos por el VUM (Volcano Ultra Marathon), nos llevó a Santa Ana, a casa de Julio y Gaby. Conocerlos era algo que habíamos planeado en los primeros días de nuestra estancia en Costa Rica, pero debido al Covid-19, todos preferimos evitar el contacto cercano y por ello pospusimos el vernos. Finalmente, encontrarnos con nuestros amigos al final de nuestro episodio fue como completar una especie de círculo.